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Las últimas siete palabras de Jesús en la cruz (1)

Noticias Manmin   No. 227
3705
Diciembre 25, 2016


Pastor Principal Dr. Jaerock Lee





«Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen...» (Lucas 23:34).
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:43).





Jesús pronunció un par de palabras justo antes de morir en la cruz; estas se conocen como «Las últimas siete palabras en la cruz». En esta edición explicaremos las dos primeras palabras.


Primera: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen...».

Jesús, el Hijo de Dios, fue sujeto al castigo despiadado de la crucifixión por causa de nuestros pecados. Jesús recibió todo tipo de sufrimiento y aflicción en lugar de toda la humanidad que debía recibir el castigo de la muerte. Es por eso que, sin conocer esto, los soldados romanos y el pueblo de Israel no dudaron en tratar a Jesús con desprecio y desdén, y como si fuera un verdadero malhechor mientras estaba colgado en la cruz.

Sin embargo, Jesús no solo sufrió en silencio sino que también oró pidiendo a Dios el perdón de la gente misma que instigaba Su muerte. Esta oración no era solo para la multitud presente el momento de la crucifixión de Jesús sino también por toda la humanidad que mora en las tinieblas. La oración amorosa de Jesús es la verdadera razón por la que hoy innumerables personas pueden recibir salvación.

Aquel sin mancha quien había orado con amor por los pecadores en Sus últimos momentos en la cruz anhela que todos los hijos de Dios de estos tiempos amen y perdonen a todos. Por la misma razón Él nos ha enseñado cómo orar: «Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mateo 6:12). Incluso en los momentos en los que somos perseguidos sin razón, Jesús no quiere que reaccionemos con maldad ni que guardemos malos sentimientos, sino que respondamos con bondad frente a los que nos persiguen (Mateo 5:44-45).

Por lo tanto, imitando a Jesús quien amó aun a los pecadores que lo crucificaron y ridiculizaron, debemos amar a nuestros hermanos además de perdonar y amar a nuestros enemigos.


Segunda: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Hubo dos malhechores crucificados a cada lado de Jesús. Uno de ellos se burlaba de Jesús, pero el otro reprendió al malhechor y luego clamó a Jesús: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino». A lo que Jesús respondió como promesa para el malhechor: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Hay un significado espiritual profundo inmerso en la segunda declaración, cuya última palabra es el «paraíso» del reino celestial. En 2 Corintios 12:2-4 el apóstol Pablo escribió que había sido «arrebatado hasta el tercer cielo […] al paraíso, donde oyó palabras inefables». En muchas otras partes de la Biblia (incluyendo Nehemías 9:6 que nos habla de «los cielos» y «los cielos de los cielos») se mencionan los cielos supremos y otros similares. Además de los cielos terrenales que son visibles para nuestros ojos naturales, hay cielos en el reino espiritual (1 Reyes 8:27; Salmos 68:33).

El «tercer cielo», en el que se encuentra el reino celestial, está dividido en muchas moradas celestiales que incluyen el Paraíso al cual fue arrebatado el apóstol Pablo, así como la Nueva Jerusalén que se describe en Apocalipsis 21:10-11. La Nueva Jerusalén está en el nivel más alto del reino celestial y será habitada por aquellos que han imitado al Señor, que se han despojado del pecado y la maldad por completo y que han sido fieles en todo aspecto.

El malhechor que recibió salvación mientras estaba crucificado junto a Jesús recibió al Señor poco antes de su muerte. Por consiguiente, él no tuvo tiempo para despojarse del pecado y la maldad de su corazón y tampoco pudo hacer algo para demostrar su fidelidad al Señor; simplemente se le permitió ser salvo. Este tipo de personas entran al Paraíso, el lugar de menor categoría entre las moradas del reino celestial. Entre el Paraíso y la Nueva Jerusalén existen muchos niveles diferentes de moradas celestiales y la de cada individuo se determinará de acuerdo a la magnitud de su santificación, fe y fidelidad.

En cuanto a la justicia de Dios quien permite que cada persona coseche lo que ha sembrado en este mundo y recompensa a cada persona según lo que ha hecho, el reino celestial está dividido en muchos niveles diferentes de moradas celestiales. En otras palabras, la morada celestial será distinta de una persona a otra dependiendo de cuánto pecado han evitado y cuánto han imitado al Señor. De igual manera, la gloria, las recompensas, el gozo y la autoridad de cada morada celestial diferirán de un habitante a otro.

Además, en 1 Corintios 15:41 leemos: «Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria». Si una persona tiene fe verdadera debe desear fervientemente alcanzar una mejor morada celestial. Como está escrito en Mateo 11:12 que dice: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan», mientras más vencemos al enemigo y el pecado para imitar al Señor, mejor será nuestra morada celestial en la que viviremos en el cielo.

Si se nos permitiera entrar al cielo con pecados tales como la envidia, los celos, el juicio, la condenación, el odio, la traición, el engaño, la codicia, el mal carácter, el adulterio y otros similares, el cielo no podría ser un lugar de santidad y gozo. Es por eso que no podemos entrar al Cielo con pecado y maldad en el corazón sino solo con lo que cultivemos en el corazón con bondad y espíritu. Además, los que han cultivado una cantidad similar con bondad y espíritu se reunirán para vivir en las mismas moradas. Así como nos parece que disfrutamos más si trabajamos con personas de la misma edad o de igual personalidad en este mundo, la vida en el cielo será mucho más cómoda y alegre cuando la vivamos con personas de medida similar de santificación, fe y extensión de similitud con el Señor.

Jesús le dijo al malhechor a Su lado: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Esto no era para afirmar que Jesús permanecería en el paraíso con el malhechor, sino que lo dijo porque Él es el Amo de todas las moradas en el cielo y reinaría sobre ellas tras la resurrección y ascensión.

Asimismo, el término «hoy» no significa que Jesús fue al paraíso el día que fue crucificado. Ya que el malhechor se convirtió en un hijo de Dios tras recibir la salvación por fe, Jesús le estaba diciendo que estaría con él desde ese momento en adelante, en donde estuviera. Asimismo, cuando aceptamos al Señor y recibimos salvación, desde ese día en adelante nuestro Señor nos recordará y estará siempre con nosotros.

¿A dónde fue Jesús ese día, el viernes que Él murió en la cruz? Mateo 12:40 nos dice: «... así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches» y Efesios 4:9 nos recuerda que Jesús «... había descendido primero a las partes más bajas de la tierra». 1 Pedro 3:19 también nos dice: «el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados». Tenga en mente que después de dar Su último aliento en la cruz, Jesús no fue al Paraíso sino que «fue y predicó a los espíritus encarcelados». En este caso, «los espíritus encarcelados» se refiere a aquellos que son elegibles para salvación pero que han muerto antes de que Jesús llevara la cruz y se convirtiera en el Salvador.

Amados hermanos en Cristo: hasta el último momento de Su vida en este mundo, Jesús oró con amor por toda la humanidad y sembró la esperanza por el Cielo en el corazón del malhechor que lo aceptó. Ruego en el nombre de nuestro Señor que cada uno de ustedes tenga una mejor morada celestial por fuerza al comprender Su amor con claridad.


 

 

 
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