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Las últimas siete palabras de Jesús en la cruz (2)

Noticias Manmin   No. 228
3488
Enero 15, 2017


Pastor Principal Dr. Jaerock Lee



«Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (Juan 19:26-27).





Instantes antes de que diera Su último suspiro en la cruz, con todas las fuerzas que aún le quedaba, Jesús dijo Sus últimas palabras. Se las conoce como «Las últimas siete palabras en la cruz». Continuando con nuestra última edición, trataremos con la tercera de las palabra en la cruz.


1. «Mujer, he ahí tu hijo»

En Juan 19:26 leemos: «Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo». En este caso «tu hijo» se refiere al «discípulo a quien Jesús amaba (Juan)». Jesús le pide a María que considere a Juan como a su hijo.

Entonces, ¿por qué Jesús dijo: «Mujer, he ahí tu hijo»? Un aspecto a tener en cuenta aquí es el hecho de que Jesús llamó a la virgen María «mujer». La Biblia no registra en absoluto ni una ocasión en la que Jesús se haya referido a la virgen María como Su «madre».

El término «madre» en el Libro de Juan fue usado desde la perspectiva del autor (Juan), y no la de Jesús. En Juan 2 vemos una escena en la que Jesús convirtió el agua en vino, y una vez más Él se refiere a la virgen María como «mujer». Esto se debe a que la virgen María jamás podría ser la madre de Jesús. ¿Cómo podría ella ser la madre de Jesús, quien es igual a Dios (Filipenses 2:6) y Dios el Hijo entre la Trinidad?

Dios es desde la eternidad hasta la eternidad; Él es YO SOY EL QUE SOY (Éxodo 3:14); nadie le dio nacimiento ni lo formó. Por consiguiente, Jesús, quien es «en la forma de Dios», no puede llamar a la virgen María, una simple criatura, «madre». Además la virgen María no podría ser madre de Jesús ni siquiera desde una perspectiva biológica. Las personas son creadas mediante la unión de un espermatozoide y un óvulo. No obstante, Jesús fue concebido por el Espíritu Santo.

Si un hijo nace a través de la inseminación artificial, ¿es la mujer del niño su «madre»? Si el niño pasa un tiempo en una incubadora, ¿deberá llamarla «madre»? De igual manera, Jesús no llamó a la virgen María «madre» tan solo porque estuvo en su vientre antes de nacer. Dios no se sentiría complacido si la gente considerara y tratara a la virgen María como madre de Jesús y si la adorara como lo hacen con los ídolos.

Como está escrito en Éxodo 20:3-4: «No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra».

Las siguientes palabras de Jesús: «Mujer, he ahí tu hijo» fueron con la intención de que sirvieran de consuelo a la virgen María. Mientras ella observaba a su amado Jesús soportar aquella aflicción inexplicable, la virgen María también soportó dolor y sufrimiento torturador. Jesús, siempre atento, pensó en la virgen María aun en Sus últimos minutos de vida y le pidió que confiara en Su discípulo Juan como su propio hijo.


2. He ahí tu madre

Juan 19:27 continúa diciendo: «Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa». La Biblia dice que a partir de ese momento el discípulo recibió a la virgen María en su casa y la sirvió como a su propia madre. Después de que María dio a luz como virgen a Jesús, ella tuvo más hijos con su esposo José. Pero Jesús no pidió a los hijos de María y José que cuidaran de ella, sino que confió esta labor a Su discípulo de confianza, Juan.

¿Qué es lo que debemos entender claramente con esto? Las Escrituras nos dicen en Filipenses 3:20: «Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo». Los hijos de Dios quienes han recibido la salvación pertenecen al cielo. Los hijos de Dios, todos aquellos que han aceptado al Señor, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida, forman una familia espiritual que sirve a Dios como su Padre.

Dios es la fuente de la vida. Aunque cada uno de nosotros ha nacido de padres biológicos, el espermatozoide y el óvulo de nuestros padres fue provisto por Dios. Cuando observamos nuestra genealogía, solo vemos que el antepasado de toda la humanidad, Adán, también existió porque Dios lo creó. Él formó a Adán de manera personal y sopló el aliento de vida en su nariz; por ende, nuestra vida proviene de Dios. Aunque un hombre y una mujer estén casados, no podrán concebir una vida sin el permiso de Dios, porque la autoridad para dar el espíritu a una vida concebida también le pertenece a Dios.

Si bien la ciencia y la tecnología se han desarrollado a un nivel sin precedentes, la controversia respecto a la clonación de seres humanos ha sido intensa pero ningún hombre ha logrado crear su propio espíritu. Las personas pueden reproducir la carne, pero dado que esta carece de espíritu, aquel ser no tendrá diferencia entre los animales y no podrá pensar como una persona. Además el género, las características, las apariencias externas y los demás rasgos del niño concebido también estarán fuera del control de los padres.

El hecho irrefutable es que solamente Dios gobierna la vida de los seres humanos. Solo Dios da el espíritu al hombre y solo Él gobierna la vida, la muerte, las maldiciones y las bendiciones de la humanidad, y este Dios es nuestro Padre espiritual. Si la gente lleva su vida de acuerdo con las costumbres del mundo sin creer en Él, tales personas no pueden llamar a Dios «Padre» (Juan 8:44).

Por lo tanto, aunque nos relacionemos con ciertos individuos por consanguineidad en este mundo, no habitaremos en el cielo eterno con ellos si es que no creen en el Señor. Incluso Jesús nos recuerda esto en Mateo 12:50 al decir: «Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre». Así nos enseñó la naturaleza de una verdadera familia, que es la familia espiritual.

Debemos amar y servir a nuestra familia natural, pero debe ser un amor espiritual apropiado a los ojos de Dios. El amor verdadero no significa someterse y amar a la familia que blasfema contra Dios y camina de maneras contrarias a Su voluntad.

Supongamos que los padres y hermanos naturales de una persona, dicen: «No vayas a la iglesia», o «ayúdame a cometer este delito». Si esa persona los escucha, no estará tomando el camino del amor sino el de la muerte. Por lo tanto, aunque debemos amar y servir a nuestros padres y hermanos naturales, debemos hacerlo dentro de los límites de la verdad. Asimismo, si tenemos amor verdadero por la familia, primero debemos predicarles el evangelio y guiarlos al cielo.

Amados hermanos en Cristo: inmerso en las terceras palabras que Jesús habló durante la crucifixión está el amor de Jesús quien buscó consolar a María, sumida en lamento. Nuestro Señor también nos dice que todos nuestros hermanos en Él son nuestra familia verdadera. Ruego en el nombre de nuestro Señor que ustedes lleguen a entender el corazón del Señor con más claridad; que amen a Dios y que compartan mutualmente el amor espiritual en el Señor.


 

 

 
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