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Las últimas siete palabras de Jesús en la cruz (3)

Noticias Manmin   No. 229
3270
Enero 29, 2017


Pastor Principal Dr. Jaerock Lee


«Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46)

«Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. […] Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu» (Juan 19:28-30).





Jesús, quien vino a este mundo como Salvador de la humanidad, pronunció un par de palabras justo antes de morir en la cruz; estas se conocen como «Las últimas siete palabras en la cruz». Él deseaba sembrar vida espiritual en el ser humano hasta tu último momento en la cruz. Hoy hablaremos sobre la cuarta, quinta y sexta palabras que Jesús pronunció sobre la cruz.


La cuarta palabra: «Elí, Elí, ¿lama sabactani?»

Las palabras «Elí, Elí, ¿lama sabactani?» en Mateo 27:46 significan «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?»

Jesús no se las dijo a Dios como una forma de queja o lamento ni para expresar verbalmente Su tormento. De hecho, hay un gran significado espiritual inmerso en estas palabras.

En aquel momento habían pasado ya seis horas desde que clavaron a Jesús y lo colgaron en la cruz (Marcos 15:25-34). Aunque Él no tenía suficiente fuerza, clamó a gran voz, y lo hizo para recordar a todas las personas por qué Dios lo había abandonado y para hacerles entender por qué tenía que estar sujeto a la crucifixión.

Jesús fue crucificado para poder redimir a la humanidad de sus pecados. Ya que toda la humanidad había sido destinada a ser abandonada por Dios de acuerdo a la maldición de la ley, Jesús fue maldecido y abandonado por Dios en nuestro lugar. Para que todos pudiéramos recordar esto, Él «clamó a gran voz».

Además, Jesús «clamó a gran voz» porque innumerables personas todavía tienen amistad con el mundo y caminan por el sendero de la muerte a pesar de que Dios ha entregado a Su Hijo unigénito por los pecadores. Jesús deseaba que todas las almas conocieran la razón por la que Él fue crucificado y que lo aceptaran como Su Salvador para la obtención de vida eterna. Es por esto que Jesús clamó a gran voz, diciendo: «Elí, Elí, ¿lama sabactani?»

Si creemos con el corazón que Jesús fue abandonado por Dios y crucificado por nuestros pecados, cada uno de nosotros dejará de habitar en el pecado y vivirá una vida santificada y se convertirá en un hijo que puede llamar a Dios «Padre». También debemos llevar a cabo con diligencia la difusión del mensaje de la cruz para poder llevar las almas del camino de muerte al camino de la salvación.


La quinta palabra: «Tengo sed».

Cuando un individuo derrama una cantidad sustancial de sangre, llega a sentir mucha sed. ¿Puede imaginarse cuán sediento habrá estado Jesús al haber sido clavado y colgado en la cruz en el seco aire de Israel y bajo el sol abrasador durante horas? Sin embargo, Jesús no solo estaba sufriendo una sed física, sino que también hay un significado espiritual inmerso en Sus palabras: «Tengo sed». Estas son de naturaleza espiritual y nos exhortan a cada uno a saciar Su sed siendo recíprocos al precio de Su sangre.

¿De qué manera podemos «repagar el precio de la sangre de Jesús»? Así como Jesús derramó Su sangre para salvar a la humanidad, a los pecadores, nosotros debemos buscar la forma de predicar el evangelio a todos aquellos que de otro modo terminarían en el Infierno. Asimismo, para poder difundir el evangelio directamente entre los no creyentes, podemos hacerlo de forma indirecta al orar por la salvación de las almas y dar a Dios las ofrendas para la obra misionera.

Cuando Jesús dijo «Tengo sed», algunas personas que estaban cerca empaparon una esponja con vinagre, la pusieron en una caña y la llevaron hasta Su boca. Jesús aceptó el sabor del vinagre, no para saciar Su sed sino para cumplir un decreto espiritual predicho en una profecía del Antiguo Testamento (Salmos 69:21), que dice: «En mi sed me dieron a beber vinagre».

El que Jesús haya recibido vinagre da testimonio de que Él lo bebió y así hizo posible que nosotros pudiéramos beber vino nuevo. El «vinagre» simboliza la ley del Antiguo Testamento mientras que el «vino nuevo» representa la ley del amor del Nuevo Testamento cumplida por Jesús mismo.

Según la ley del Nuevo Testamento, todos los pecadores debían ser castigados por sus pecados y la redención de sus pecados se obtenía por la sangre de animales sacrificados a Dios. Ya que Jesús se convirtió en el sacrificio expiatorio y nos redimió de la maldición de la ley con Su muerte en la cruz, Él «recibió el vinagre» en nuestro lugar.

Por ende, hemos sido perdonados de nuestros pecados al creer en Jesucristo y arrepentirnos de nuestros pecados con sinceridad. Esto es «beber vino nuevo», y para que tengamos una mejor comprensión, Jesús dijo: «Tengo sed», y recibió el vinagre.


La sexta palabra: «Consumado es».

En Juan 19:30 leemos: «Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu». Al decir «Consumado es» Jesús se refería a la forma en la que había cumplido la providencia de la redención de la humanidad y el cumplimiento de la ley por amor.

Dado que «la paga por el pecado es la muerte» (Romanos 6:23), todos los pecadores deben recibir la pena de muerte e ir al infierno. Los hijos de Dios, por un largo tiempo, tuvieron que matar ganado u ovejas en sacrificio de sangre de animales por el perdón de sus pecados, pero Jesús nos redimió a todos los pecadores de la maldición de la ley al ofrecerse a Sí mismo para ser crucificado (Hebreos 7:27).

Los pasos que Jesús tomó para redimir a la humanidad de sus pecados se cumplieron gracias a Su amor inimaginable, inexplicable e inmenso. El precioso Hijo de Dios vino a este mundo, soportó el tormento de ser arrestado y flagelado por los pecadores, llevando una corona de espinas en la cabeza y con clavos en Sus manos y pies.

Nosotros hemos recibido el derecho a entrar en el cielo gracias a nuestra fe en Jesucristo, quien por Su magnífico amor y sacrificio por nosotros venció la muerte. ¿Entonces, qué es lo que tenemos que hacer? Así como Jesús cumplió la providencia de Dios con amor y sacrificio y se convirtió en el Rey de reyes y Señor de señores, los que hemos recibido salvación en Él también debemos cumplir la voluntad de Dios.

Su voluntad para nosotros es la santificación y la fidelidad perfecta. Debemos producir los nueve frutos del Espíritu Santo, alcanzar el amor espiritual y cumplir las bienaventuranzas. Tal como nos ha dicho, debemos ser testigos del Señor en cada rincón de la Tierra y hacer todo esfuerzo por la salvación de las almas. Solo entonces podremos completar nuestra preparación como Su novia, llevar a cabo cada una de las tareas que nos ha dado y, en el día de Su regreso, confesaremos: «Consumado es».

Hermanos en Cristo: al comprender el significado espiritual de las últimas siete palabras de Jesús en la cruz y al guardarlas en el corazón, ruego en el nombre de nuestro Señor que cada uno pueda llevar una vida que es correcta a los ojos de Dios y habitar por siempre con el Señor en la morada más hermosa del reino celestial.


 

 

 
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